Una investigación realizada por especialistas del INTA, Universidades y una empresa privada, determinó que una buena nutrición biológica, sumado a otras prácticas de manejo agronómico, es fundamental para que la soja alcance su potencial productivo. Pautas para implementar buenas prácticas de manejo de inoculantes.
(inta)-Conocida por su gran capacidad de adaptación a diversos ambientes, a lo largo de los años, la soja evolucionó y se consolidó en los sistemas agropecuarios del mundo gracias a la asociación mutualista, comúnmente simbiosis, que logró establecer con un grupo de bacterias del suelo que tiene la capacidad de tomar nitrógeno del aire, transformarlo y ponerlo a disposición de las raíces de la planta.
A este proceso para incorporar estas bacterias benéficas se lo conoce como inoculación y es tan importante para el desarrollo del cultivo que, es fundamental para que la oleaginosa pueda multiplicar la producción de granos.
Por esto, un equipo de investigadores del Grupo de Nutrición Biológica –integrado por especialistas del INTA, Universidades y privados– se enfocó en el estudio de los factores que influyen en la planta para que alcance su potencial productivo.
“El avance de la tecnología, sumado a la diversidad de condiciones para la producción de soja, derivó en una mayor y, cada vez más variada, disponibilidad de inoculantes y procedimientos que buscan aportar soluciones efectivas para su empleo en las condiciones reales de producción”, expresó Alejandro Perticari, especialista en manejo de cultivos de la Agencia de Extensión Rural del INTA en Concarán –San Luis–, quien agregó: “Nuestro estudio busca contribuir a un manejo más eficiente de la nutrición biológica nitrogenada para la producción de soja en ambientes argentinos”.
Si bien la inoculación es un aspecto importante, no es el único factor de relevancia para alcanzar el potencial productivo de cada variedad, según el ambiente. En este sentido, Perticari señaló que las prácticas de manejo agronómico, como elección de genotipos y de fecha de siembra, sumado a una adecuada protección y nutrición del cultivo resultan determinantes. “Se debe prestar especial atención a las condiciones del ambiente para que permitan una rápida germinación, emergencia e implantación”, recomendó.
“La inoculación de soja es una práctica agronómica de alto valor para el cultivo que muestra una alta adopción en los campos argentinos”, indicó el especialista del INTA quien puntualizó en la importancia de “utilizar inoculantes de calidad comprobada y con una composición acorde a las condiciones de aplicación, almacenamiento y siembra del cultivo”.
En este sentido, Perticari expresó: “Realizar un proceso de inoculación preciso y uniforme, permitirá que todas las semillas tratadas contengan una cantidad suficiente de rizobios para una nodulación adecuada”. Y agregó: “Es importante tratar semillas con alto poder germinativo y vigor”.
En cuanto a la fertilización del cultivo, el investigador del INTA consideró que para lograr una adecuada nutrición es necesario tener en cuenta elementos, como fósforo, azufre y otros que, potencialmente puedan limitar el normal crecimiento de la planta.
“Al aumentar la disponibilidad de estos nutrientes, sin incluir nitrógeno, se mejora el crecimiento de las leguminosas y, en consecuencia, la formación de nódulos. De este modo, se obtiene una mayor eficiencia en el aporte directo de nitrógeno a las plantas”, detalló Perticari.
Una compilación de ensayos de inoculación realizados entre las campañas 2001/2 y 2018/19 con diferentes formulaciones comerciales de Bradyrhizobium japonicum (género de bacterias del suelo más utilizado), demostró que con la inoculación, en promedio para los 1143 casos estudiados los rendimientos de soja variaron entre 150 y 7067 kilos por hectárea, con un promedio de 3531 kilos.
La respuesta media a la fertilización fue de 370 kilos por hectárea en cultivos sin inocular, en comparación con los 740 kilos por hectáreas que sumaron los inoculados. “Estos resultados muestran la importancia del manejo integrado de la nutrición de soja para acompañar un mayor crecimiento y productividad”, detalló Perticari.
El rol de las bacterias del suelo
Los inoculantes son productos biológicos que contienen rizobios –bacterias del suelo–, cuya principal característica es la capacidad de transformar el nitrógeno del aire y ponerlo a disposición de las raíces de las leguminosas. Como resultado de la asociación que se da entre los rizobios y las raíces se forman unas estructuras conocidas como nódulos, donde ocurre la Fijación Biológica de Nitrógeno (FBN).
En la Argentina, la ausencia de las bacterias específicas capaces de establecer esa simbiosis con la planta de soja, como Bradyrhizobium japonicum, Bradyrhizobium elkanii o Bradyrhizobium diazoefficiens, desde los inicios del desarrollo del cultivo estuvo acompañado por la inoculación. El principio activo en un inoculante es la cepa específica que lo compone así por ejemplo para alfalfa son determinadas cepas, y en cambio para soja son otras.
En este sentido, la cepa de Bradyrhizobium japonicum seleccionada por INTA, hace ya 35 años, aún hoy es la referente para la producción de inoculantes. Dada su estabilidad ante diversas condiciones productivas, con alta capacidad para formar nódulos (infectividad) y para fijar nitrógeno del aire (efectividad).
Esto remarca la importancia de continuar con los adecuados procesos de selección que acompañen los avances en mejoramiento genético del cultivo y los nuevos eventos tecnológicos.