Después de Rosario, Entre Ríos y todo el Delta, los incendios arrasan en Córdoba.

Por Pablo Sigismondi (La Vaca)

Al momento se estima que la superficie quemada ronda las 100.000 hectáreas -más de una ciudad de Buenos Aires completa- y el fuego continúa. El desarrollo inmobiliario, la extensión de la frontera agropecuaria y la crisis climática. Lo que se vuelve humo: la biodiversidad, la Ley de Bosques, la pobreza. La lucha cuerpo a cuerpo por apagar los focos, frente a la falta de respuesta estatal. Y la mirada histórica y actual de lo que puede pasar si la llama sigue prendida.

«A partir del 15 de agosto y durante más de una semana, el fuego fue extendiéndose sin que el gobierno provincial ayude o intervenga para apagarlo. No nos enviaron ni aviones hidrantes ni bomberos, mientras decían que sí; cuando desde la comuna comenzaron a llamar con desespero a Defensa Civil pidiendo ayuda, nos fue negada. En ese momento podría haber sido controlado. Sin embargo, solo los vecinos, más de cuarenta personas incluido el jefe comunal fuimos los voluntarios que intentamos combatir el fuego incansablemente pero de forma rudimentaria. Recién cuando comenzó a ser noticia nacional y resultaba imposible seguir ocultando la magnitud de la tragedia, la provincia intervino. El abandono de las autoridades fue completo”.

Los pobladores de Copacabana, una de las poblaciones más dañadas por los recientes incendios, comentan indignados cómo lucharon cuerpo a cuerpo contra el fuego y el abandono estatal. En el lugar y en sus alrededores se ha destruido un tesoro biológico, los árboles de Caranday, y se ha quemado la materia prima que da sustento al 90% de sus habitantes, para que puedan vivir de su trabajo, porque con esa hoja los pobladores locales hacen artesanías.

“Los incendios han sido intencionales. Los campos han ardido por todos lados. Ningún productor prendería fuego porque sabemos que, con la sequía que estamos viviendo, ninguna quema podrá controlarse después de iniciada. A mí se me quemaron 200 hectáreas. Ahora me han prestado un campo para poder traer la hacienda”, comentan los baqueanos mientras arreglan postes y alambradas destruidas. En Copacabana y alrededores el fuego calcinó una ciudad de Buenos Aires completa. Más de 20.000 hectáreas.

Unos días después algunos funcionarios provinciales y nacionales visitan la zona de Charbonier para evaluar los daños, aunque no se acercan a Copacabana, situada a pocos kilómetros. Sí, en cambio, descienden risueños de camionetas 4×4 a tocar algunas cenizas para ser fotografiados. Y, como corolario de la devastación producida, las autoridades del gobierno de la provincia de Córdoba dejan entrever que ya existe el anteproyecto técnico (elaborado por una consultora privada) para continuar con la controvertida “autovía de montaña” en el Valle de Punilla, desde San Roque hasta Cosquín.

Las suspicacias aumentan cuando trasciende que resulta probable que la traza atraviese la Reserva Natural de Quisquisacate, donde gran parte de sus 520 hectáreas fueron calcinadas. ¿Casualidad?

Responsables naturales

Para las autoridades y muchos expertos, la escala de los incendios en el bosque nativo, que se extienden en todas las serranías, está indudablemente vinculada con el cambio climático que provoca condiciones meteorológicas extremas. En efecto, desde el final de la temporada lluviosa las precipitaciones han sido exiguas. Y a partir de agosto, cuando se incrementan los vientos y la temperatura -caldos de cultivo perfectos-, los fuegos no dan tregua.

Este año, la magnitud de los incendios y la cantidad de humo que estos han generado no solo han oscurecido el cielo en gran parte de las montañas, sino que han provocado también inusuales nubes de cenizas y tormentas creadas por el humo. Arrastradas por los vientos, han recorrido cientos de kilómetros alcanzando el Valle de Calamuchita, muy al sur de los principales focos. En la ciudad de Córdoba el cielo se ha teñido de rojo.

Por su clima templado, las Sierras de Córdoba han sido habitadas desde hace miles de años, tal cual lo certifican numerosos sitios arqueológicos con petroglifos y pinturas rupestres. Después, durante el período colonial. A fines del siglo XIX los bosques serranos comenzaron a ser talados para asentar pequeñas poblaciones. En los últimos cien años sus emprendedores habitantes lucharon para atraer visitantes.

El turismo se convirtió en la marca distintiva de paisajes serranos que tienen los mejores climas del mundo. Los diques construidos con múltiples propósitos permitían la práctica de deportes náuticos en sus lagos artificiales, hoy severamente contaminados; el cochemotor recorría el Valle de Punilla en sentido longitudinal, apenas modificando el paisaje. Hoy, las marcas visibles de las rutas han dejado profundas heridas en las laderas montañosas, agravando la desertización y pérdida de hábitat y especies. Paradigmática resulta la llamada “autovía de montaña” que, contra viento y marea el gobierno provincial se empeñó en construir a costo sideral y a endeudamiento desconocido.

Otras veces, la voracidad arrasa los bosques en numerosas canteras. Y en lugar de la mezcla natural de especies nativas, las urbanizaciones turísticas plantan hileras tras hileras de especies exóticas o, especialmente en el Valle de Calamuchita, pinos espaciados uniformemente, creando un área de producción de madera blanda. Estas plantaciones de pinos taladas regularmente cubren miles de hectáreas, desplazando la vegetación original. Las consecuencias están a la vista.

La dimensión del desastre

Cerca de 2 millones de habitantes viven en el Gran Córdoba y las Sierras Chicas, con un vertiginoso incremento poblacional en la última década, especialmente en el Departamento Colón. La problemática del proceso de crecimiento urbano por extensión implica consecuencias ecológicas: la presión sobre el ecosistema se refleja en la mayor interfase urbano-forestal, la tala del bosque nativo para urbanizar y, como consecuencia, pérdida de la cobertura vegetal, constantes crisis hídricas serranas, mayores inundaciones e incendios, cada vez más recurrentes.

Así, y como cada año, en  2020 gran parte de las Sierras de Córdoba se han convertido, otra vez, en un infierno en llamas: cientos de desplazados, aire contaminado, propiedades quemadas y bosques nativos enteros reducidos a cenizas. “Está claro que hay sequía pero muchos incendios fueron producidos con la intencionalidad de poder liberar áreas protegidas para su posterior uso”, afirman incansablemente afectados en la zona de Punilla. La cartografía de desmontes e incendios -datos geográficos precisos- permite hacer un histograma que refleja el uso del suelo. Siempre, después de cada incendio, no solo no ha sido recuperada la vegetación nativa sino que ésta ha sido reemplazada por countries y barrios cerrados en altura, que desmienten la versión oficial de una próxima remediación en la zona de Copacabana.

Las autoridades controlan laxamente cómo se aprovecha cada quema para avanzar con la frontera agropecuaria, minera y urbana. Los tan pregonados planes de reforestación que ahora se anuncian (“plantar 400.000 árboles”) no han sido puestos en marcha después de ningún incendio anterior, como se observa al caminar por las laderas incendiadas años antes y donde hoy solo quedan algunos troncos añosos del desaparecido bosque. Sí en cambio queda demostrado que el modelo productivo y la matriz económica de la provincia necesitan más tierras para expandirse. Los cordobeses sabemos que no sucederá tal remediación porque no ha sucedido en incendios anteriores. Desde hace más de 20 años los bosques nativos se queman sistemáticamente pero no hay dinero para plantar árboles.

Sí, en cambio, hay dinero para talarlos, porque es lo que da las ganancias a los desarrollistas inmobiliarios, a los agroexportadores y a la obra pública.

Bosques inflamables

En la Reserva Natural de la Defensa de La Calera se han producido dos grandes incendios (el 19 de junio y el 10 de julio de 2020) y otros menores, destruyendo en pocos minutos parte del escaso bosque nativo que allí se preserva. En la medianoche de agosto, con temperaturas gélidas, el biólogo Facundo Fernández debió trasladarse de urgencia a esta área protegida que está a su cargo. Numerosas dotaciones de bomberos voluntarios combaten las llamas. El calor y las cenizas cubren nuestras caras manchadas. Con profunda tristeza comenta: “Los bosques serranos son ecosistemas vitales porque funcionan como esponjas. En la temporada lluviosa, momentos de abundancia de agua, absorben el exceso y albergan una enorme biodiversidad. Pero en tiempos de sequía, tienen la capacidad de vaciarse de agua y seguir vivos. Sin embargo, al iniciarse el fuego se transforman en combustible y, al quemarse, pierden su capacidad de absorción”.

Dentro del sector de la RNDLC, que cubre 13.600 hectáreas, Parques Nacionales y el Ministerio de Defensa conservan relictos de bosque chaqueño y espinal, ya muy reducidos y degradados. Este año, con varios meses sin llover, hay mucho material vegetal combustible en el bosque que, ante el menor fuego, comienza a arder. Durante la presente temporada de incendios ya se han producido cuatro. Sigue el biólogo Fernández: “Cada vez que se incendia vamos perdiendo no sólo la fauna, sino también las fuentes de agua, la generación de oxígeno; se degrada todo el ecosistema que también incluye la microfauna, la macrofauna y los espacios de refugio, de nidificación y de hábitat de todas las especies. Cada incendio representa un atentado a la diversidad biológica; hasta el presente, llevamos quemados, sólo este año, más del 10% de la Reserva en cinco incendios. Probablemente hasta más de 1500 hectáreas”.

Los incendios que asolan las sierras cordobesas han transformado toda la vida en la región. Las estimaciones de estudios de la Universidad Nacional de Córdoba calculan que entre 1999 y 2017 se han producido más de 5.000 incendios forestales que han quemado 700.000 hectáreas de bosques. Probablemente ya superen el millón.

Antes de los últimos incendios los bosques nativos cubrían alrededor del 3% de su extensión original. Este año llevan perdidos alrededor del 10% de esa ínfima cifra. La asombrosa capacidad de los bosques nativos para sobrevivir a los sucesivos incendios y regenerarse se ve ahora amenazada por la escasez de árboles.Durante los últimos 30 años, Córdoba ha logrado récords mundiales de deforestación por sucesivos incendios y desmontes. La quijotesca Ley de Bosques (MU 141: El Córdobazo verde) que los protege no cuenta con voluntad política de los funcionarios y los recursos financieros. Se podrían instalar cámaras de detección de incendios; proporcionar equipos de protección y dispositivos de respiración a los bomberos, financiar el plan provincial de manejo del fuego.

La propaganda oficial ensalza el heroísmo de los bomberos, culpa a los ciudadanos y les pide combatir el fuego con “trapos mojados”; privatiza los beneficios y socializa el gasto de apagarlos. O llama a concurso “de instalación eléctrica para el Árbol de Navidad” con un presupuesto de $ 8.420.003,91”.

En Córdoba los incendios devastadores son la “nueva normalidad”. Ahora sabemos que el cambio climático ha aumentado la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos y continuará haciéndolo.

Y así, sin precipitaciones, el polvorín nos acecha con desastres cada vez mayores.