En el marco de la efeméride, un investigador del CONICET reflexiona sobre el presente de la industria nacional en relación con la ciencia y se repasan dos casos recientes de transferencia tecnológica: Erisea y Yogurísimo

(Conicet)-Cada 2 de septiembre, en Argentina, se conmemora el Día de la Industria. En el marco de esta efeméride, desde el CONICET es interesante repasar el vínculo que se fue consolidando entre la ciencia y las distintas industrias. En los últimos años, el Consejo se constituyó como un promotor de la vinculación y transferencia de tecnologías, servicios y capacidades del sistema científico hacia actores del sector público, privado y de la sociedad civil, tanto nacionales como internacionales: se posicionó ante las PyMEs, las cooperativas y las grandes empresas de la industria como un socio estratégico capaz de ayudar a mejorar sus capacidades con tecnología de punta para la innovación. Las estrellas de estas alianzas son las Empresas de Base Tecnológica (EBT): empresas fundadas por científicos del CONICET que comercializan productos o servicios intensivos en conocimiento, que están en pleno auge y expansión. “El impulso tanto de la ciencia básica como la aplicada en organismos como CONICET es clave para su utilización por parte de los distintos sectores productivos en la mejora de su competitividad”, asegura en tal sentido Marcelo Rougier, investigador del CONICET del Instituto Interdisciplinario de Economía Política de Buenos Aires (IIEP) y un especialista en el análisis de la industria argentina entre los años 1940 y 2000. “Porque la industria es la principal portadora de las transformaciones que el avance de la ciencia y la tecnología incorpora en la actividad económica y social”.

En tal sentido, Rougier explica que “la ciencia es el principal hilo conductor de los procesos de acumulación, es decir, el enriquecimiento incesante del acervo de saberes y la capacidad de gestión, un proceso que coadyuva al desarrollo de todos los sectores de la economía. Y si bien es cierto que el sector manufacturero ha ido perdiendo a manos de los servicios la centralidad en materia de generación de empleo, la realidad es que el desarrollo tecnológico y la innovación a nivel global siguen dándose predominantemente en la industria. En el mundo la mayor parte de la investigación y el desarrollo (I+D) se da desde la industria, lo cual muestra que el sector es, por lejos, el que más contribuye a la innovación, paso esencial para el desarrollo. Y en ese proceso de innovación tiene un papel central la investigación científica”.

En tal sentido, un ejemplo reciente de innovación promovida por científicos del CONICET  a un sector clave de la industria, como es la salud, es Echa Marine. Se trata de un suplemento dietario hecho a partir de antioxidantes presentes en los erizos de mar –que son animales invertebrados de diferentes fisionomías que viven en el fondo marino- que sirve para tratar la fatiga, los síntomas respiratorios, neurológicos, cognitivos y musculares derivados del COVID-19 prolongado, un padecimiento que hoy afecta a más de 65 millones de personas en el mundo. Este producto fue lanzado por científicos del CONICET que forman parte de Erisea, la primera EBT del organismo en la Patagonia, resultado de la convergencia entre una empresa privada elaboradora de productos de mar llamada Mirabella S.R.L. y el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR, CONICET) a través de la gestión de su vicedirectora, la científica del CONICET Tamara Rubilar.

“Este un claro ejemplo de que cuando hay una conjunción orgánica entre lo público y lo privado se pueden tener excelentes resultados. Por eso, como empresario, invito a otros inversionistas a animarse y a invertir en estos proyectos de ciencia y a los científicos a que sigan generando estos proyectos que le pueden cambiar la vida a la gente”, señaló durante el lanzamiento de Echa Marine Pedro Mateos, socio inversor de Erisea. El producto, que ya fue aprobado por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología (ANMAT), provee alivio a quienes tienen síntomas de Covid-19 prolongado si lo consumen diariamente durante tres meses. Se comercializa en farmacias de la provincia de Chubut y a través de un canal de venta online de la empresa.

Otro ejemplo reciente de fusión entre el CONICET y una empresa es el que permitió el desarrollo del Yogurísimo con probióticos: una nueva receta elaborada por la empresa Danone, que incorpora una tecnología del CONICET para contribuir a la salud respiratoria y gastrointestinal. La tecnología del CONICET que se incorporó en un yogur sabor natural sin azúcares agregados y otro bebible sabor frutilla de la marca Yogurísimo se basa en la bacteria láctica probiótica L. rhamnosus CRL1505, desarrollada por especialistas del CONICET en el Centro de Referencia para Lactobacilos (CERELA, CONICET) en la ciudad de Tucumán.

En los estudios previos que realizó la investigadora del Consejo, María Pía Taranto, responsable técnica del desarrollo de la tecnología en el CERELA, había comprobado que la cepa probiótica L. rhamnosus CRL1505 es beneficiosa para la salud respiratoria y gastrointestinal y disminuye la aparición y duración de eventos infecciosos como catarro de vías aéreas superiores, anginas y diarreas agudas. Hoy, este yogur, que alcanzó una nueva receta gracias a la articulación público-privada, está presente en todas las góndolas de supermercado del país. “Está alianza con CONICET reafirma nuestro propósito y compromiso con la población argentina”, aseguró durante el lanzamiento del yogur Vera Mandl, Licenciada en Nutrición y Gerenta del Área de Nutrición de Danone. “Esta asociación público – privada promueve la transferencia de conocimiento para mejorar la salud de la población y estamos convencidos de que este es el camino para que cada vez más personas se beneficien de recetas como ésta”.

La historia de la industria

Marcelo Rougier, junto a Florencia Rodríguez Vázquez, del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA), acaban de publicar el libro Estudios regionales sobre las industrias argentinas (Editorial Lenguaje Claro, 2024), un libro que les llevó tres años compilar y que aborda el proceso industrial en cada una de las provincias argentinas. “Existe una tradición de estudios centrista que no prestó mayor atención a lo que sucedía a escala subnacional. Se le ha dedicado escasa atención al estudio de las manufacturas en las distintas regiones o provincias, más allá de aquellas como Buenos Aires, y eventualmente Mendoza o Tucumán, vinculadas a actividades específicas, como la producción vitivinícola o azucarera. Los grandes relatos, las grandes historias de síntesis que heredamos, descuidan este aspecto relacionado con las manufacturas regionales, que a veces sin ser significativas en cuanto al valor agregado o en el total de las actividades manufactureras consideradas relevantes, son, sin embargo, fundamentales para entender el proceso de crecimiento de determinada zona, pueblo o ciudad, donde la instalación de una planta industrial modifica sobremanera el entorno y genera condiciones para el crecimiento de otras actividades”, señala Rougier sobre el libro.

“La industria argentina tiene segmentos competitivos, con capacidad exportadora y otros que están en la frontera tecnológica internacional, pero también otros en los que es notoria su escasa productividad y atraso; hay problemas que se arrastran desde hace muchos años, en especial el constante déficit de su comercio exterior, además de dificultades para lograr inserciones sostenibles en el mediano plazo en los mercados mundiales”, reflexiona el científico. En tal sentido, Rougier señala que es interesante que instrumentos como su libro, que ponen foco en lo que acontece a nivel provincial, en términos de estructura y ramas de la industria, sean un insumo de políticas específicas en torno a lo industrial. “El libro pretende ser un insumo para para cualquier política pública relacionada con la industria pensada desde las provincias en su articulación con la Nación y viceversa”, resalta el compilador y científico del Consejo.