Ver, mirar y observar son formas diferentes de abordaje a una construcción de la imagen, pero ¿una imagen de qué?

Hola navegantes curiosos!!

Luego de salir de la tierra de Tlön y dejar atrás nuestras aventuras, nos topamos con una terrible tormenta que hizo añicos nuestros instrumentos y por consiguiente, nos dejó a la deriva en el inmenso Mar de la Infodemia.

Luego de varios días, pudimos dejar tras nosotros  los temores y la incertidumbre, ya que divisamos tierra nuevamente. Las ansias de reponernos y acceder a provisiones nos hicieron desembarcar en un lugar que no teníamos registrado en nuestros mapas. Una nueva aventura se mostraba ante nosotros.

Por lo pronto, ni bien desembarcamos, nos topamos en la playa con entes que jugaban ajedrez de una forma muy particular, el tablero estaba dividido al medio por un espejo y los jugadores tenían forma de letras y números, como una fórmula.

Salió a recibirnos uno de ellos que llevaba sobre su cabeza una especie de sombrero ladeado, lo acompañaban Coma (su pareja) y una infinita cantidad de números pequeños, que supusimos eran sus descendientes; debo decir que todo nos pareció muy irracional. Nuestro nuevo amigo Pi, que así dijo llamarse, nos explicó que quienes jugaban al ajedrez eran una forma modular compleja donde uno de los jugadores era real pero el otro imaginario, por ello el espejo juega un rol fundamental, ya que ese ajedrez se juega entre cuatro participantes, creando un espacio hiperbólico de cuatro dimensiones simétricas y la solución a los problemas que se plantean en dicho juego, suelen buscarse en las ecuaciones elípticas.

A esa altura de la conversación, ya no sabíamos si seguir prestando atención o salir corriendo de allí; por un momento nos pareció estar atrapados en un teorema de Pitágoras o de Fermat…vaya uno a saber!

A medida que nos adentramos en la isla para poder acceder a las provisiones que necesitábamos para seguir con nuestro viaje, podíamos observar como cada una de las cosas que nos rodeaban tenían un doble del otro lado del camino, lo cual no dejaba de ser inquietante, pero luego de una larga caminata por fin pudimos acceder a Langland, un viejo almacén de provisiones atendido por Andrew, un ex profesor que buscó refugio en éstas tierras numeradas. Mientras llenábamos nuestros canastos, nos contó sobre su obsesión juvenil relacionada con descifrar acertijos y que por ello, cuando desembarcó aquí, no dudó ni un instante en quedarse.

Le pregunté si podía tocarlo para constatar que fuera real y no imaginario, a esta altura ya no sabía distinguir una cosa de otra, por un momento todo me parecía un holograma universal. Entre risas me estrechó la mano y me habló sobre las ambigüedades que suelen suceder en un espacio hiperbólico, pero que no esperaba que nosotros, pequeños habitantes de las tres dimensiones, pudiéramos entenderlo. Allí surgió el tema de la construcción de nuestras imágenes y cuál es el papel del ojo humano en la parábola de Platón. La charla duró varias horas y nos dejó material para reflexionar sobre la autenticidad de lo que miramos, lo que creemos observar y lo que realmente vemos.

Cuando por fin nos encaminamos de regreso a nuestros botes para acceder al barco que nos esperaba a una prudente distancia, nos pareció estar emergiendo de un sueño donde estábamos atrapados en una especie de triángulo, que no era precisamente el de las Bermudas, aunque en éste los misterios son milenarios e infinitos.

Ya reflexionando en mi camarote y abordando esta bitácora de viaje, no dejo de pensar en la vastedad numérica y las complejidades que nos aguardan descubrir en cada una de ellas cada vez que nos adentramos a observar con detenimiento sus intrincados laberintos; sin dudas la curiosidad es una característica impulsora de nuestras vidas y que esperemos podamos mantener cuando llegue la hora de dar el salto biológico que nos espera agazapado tras la próxima ola en este mar de aventuras.

No bajes los brazos, sigue explorando y recuerda que:

Pensar es urgente, porque “El futuro es ahora y las posibilidades son infinitas”.

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