El consultor Enrique Carrier traza una semblanza de su viaje a China junto a cinco compatriotas, todos invitados por la firma Huawei. A través de ésta nota que fue publicada en su newsletter Comentarios, podremos evaluar de primera mano, cuál es el estado de situación de dicho país en cuanto a telecomunicaciones.

Por Enrique Carrier-Comentarios

La semana pasada hubo una pausa en Comentarios ya que, junto a otros cinco compatriotas, fui invitado a una reunión de analistas de la industria en China organizada por Huawei. Fue una semana intensa: viajamos a distintas ciudades, conocimos implementaciones avanzadas in situ y visitamos su centro de I+D. Una estadía que no nos convierte en expertos del mercado chino, pero que sí alcanza para comprender un poco mejor cómo funciona y por qué lo hace de esa manera.

China resulta interesante porque es uno de los pocos países que ya lanzaron servicios y redes 5G-Advanced (5.5G) a escala comercial. Se trata de la versión de 5G que cumple —esta vez sí— con las promesas iniciales de la tecnología y más [más sobre las distintas versiones de 5G]. Mientras tanto, el resto del mundo sigue en fase de prueba, evaluación e inversión para una futura implementación. Al margen de la tecnología en sí, también merece atención el rol del Estado, en sus distintos niveles, dentro de estos desarrollos.

Entre los casos vistos, el del metro de Shanghái fue especialmente atractivo por su escala: 21 líneas, 517 estaciones y 10 millones de pasajeros diarios. Allí se desplegó la mayor red privada 5G del mundo. Además de su magnitud, ofrece conectividad de alta velocidad (hasta 2,2 Gbps) y baja latencia incluso dentro de los túneles, lo que asegura una conexión estable en horas pico y descargas de video en 4K. La red 5G-A no sólo mejora la experiencia del pasajero. También se utiliza para operaciones internas, como la supervisión de túneles y vías a través de robots que transmiten imágenes en alta resolución, la gestión del circuito de cámaras, la administración de la cartelería y la publicidad, entre otros usos.

Aunque quizás más futurista resulta la gestión de drones o, para ser más precisos, de la “plataforma de servicio de vuelos de baja altura” que combina las redes 5G para el control de vuelo y la transmisión de datos con la nube para su procesamiento. Entre sus aplicaciones están las de distribución urbana, inspección de tráfico y de estructuras (como puentes), detección de construcciones fuera de norma y patrullaje de costas en ríos y lagos. El potencial es enorme, aunque al costo de acostumbrarse a una creciente multiplicación de objetos voladores.

Los eventos deportivos también son un ámbito propicio para las primeras implementaciones de 5G-A. Tal el caso de la cobertura de todo el ámbito de los juegos de invierno en Harbin —conocida como la “ciudad de hielo”— donde se habilitó el uso simultáneo de múltiples dispositivos con gran ancho de banda. También se desplegó en estadios de fútbol, donde se expandió el modelo de abonos diferenciados no ya por volumen de tráfico (como ocurre en otras redes), sino por características técnicas: ancho de banda, capacidad de subida, latencia y acceso a aplicaciones específicas. La clave está en la calidad de servicio garantizada, que el 5G estándar no puede ofrecer. Así, a los abonos VIP iniciales —orientados a business, gaming o streaming— se suman opciones temporarias, que pueden adquirirse por unas horas para disfrutar mientras se asiste a un evento. Lo interesante es que, con 5G-A, el ingreso del operador deja de basarse en el tráfico y pasa a basarse en la experiencia. En la misma línea, el servicio VIP comienza a probarse en el tren bala que une Shanghái con Beijing, con planes de extenderlo luego a gran parte de la red ferroviaria.

No puede pasarse por alto la influencia del Estado en varios de estos despliegues. A veces de forma directa —desde el nivel nacional hasta el municipal—, y otras a través de los tres grandes operadores estatales (China Mobile, China Telecom y China Unicom).

Es clave entender la dinámica de la gestión estatal en China, basada en una planificación descentralizada. Provincias y ciudades funcionan como empresas que compiten entre sí para crecer, atraer inversiones, generar empleos y ensayar políticas. A falta de votos, los logros de los líderes locales les permiten ascender políticamente. Esta competencia interestatal actúa como un gran laboratorio: las soluciones que funcionan se replican y aceleran la modernización de ciudades, infraestructura y servicios públicos. En este contexto, el concepto de ROI adquiere otro sentido.

En la misma lógica, China mantiene tres operadores estatales (China Mobile, China Telecom y China Unicom) para fomentar una competencia controlada y evitar la ineficiencia de un monopolio. Aunque todos son de control estatal, la competencia entre ellas impulsa al sector a avanzar más rápido de lo que lo haría una única empresa. Un modelo viable, en parte, gracias a las enormes economías de escala del país. Basta con recordar el comentario de un ejecutivo que, al ser consultado sobre la recepción de una app asistente basada en IA, minimizó el logro: “Tenemos muy poco. Recién empezamos. Deben ser unos 8 millones de abonados”. Sus escalas son de otra categoría.

Otro ejemplo de la incidencia estatal es Su Chao, una liga de fútbol amateur interciudades de la provincia de Jiangsu lanzada este año. Su meta no es recaudar por tickets (una entrada cuesta unos US$ 1,50), sino estimular el consumo colateral: transporte, turismo, gastronomía y alojamiento. Con equipos que representan a distintas ciudades y rivalidades “estimuladas” en redes sociales, logró estadios llenos donde ya funciona 5G-A y desde los que se puede postear o transmitir en 4K. Esta liga amateur supera en asistencia y menciones en plataformas como Douyin (nombre de TikTok en China) a la liga profesional del país. Y allí también se pueden usar los abonos premium por hora.

De cara al futuro cercano, la omnipresencia de la IA es notable. Y aquí surge otra diferencia: mientras muchas compañías estadounidenses se obsesionan con alcanzar la inteligencia artificial general (AGI), China, quizás por las restricciones tecnológicas que la afectan, sigue un camino más pragmático, priorizando aplicaciones específicas y robots, con requerimientos de infraestructura más modestos, pero con una presencia significativa.

¿Puede replicarse este modelo fuera de China? A priori, no parece sencillo. Se trata de una sociedad altamente tecnificada, con implicancias y necesidades propias.

La gran mayoría de los pagos son digitales —principalmente vía Ali Pay o WeChat—, el efectivo circula poco y casi no se usan plásticos (sean tarjetas de débito o crédito). Estas apps son verdaderos hubs de transacciones no sólo de pagos off line vía QR, sino que abarcan también a otros servicios, como los viajes en Didi (el Uber chino que también opera en Argentina), alquiler de bicicletas, reservas de tickets de tren y de avión, delivery, compras electrónicas, etc. Todo dentro de un registro centralizado. Una sociedad muy conectada, aunque ni Gmail, ni Google Maps, ni Whatsapp, entre otros servicios, funcionan detrás del Gran Cortafuegos. Un elemento más del cisma tecnológico que parece avecinarse.

Hay también en China un gran impulsor para la adopción de toda tecnología que potencie la vigilancia y monitoreo. Abundan las cámaras de CCTV y accesos vía reconocimiento facial que, gracias a las redes de alta capacidad, se potencian con video analytics e IA. Las nuevas capacidades multiplican por 20 el ancho de banda necesario respecto de los sistemas tradicionales por lo que la tecnología más avanzada será utilizada.

Por su parte, el involucramiento del Estado en todos sus niveles en diferentes tipos de proyectos brinda al sector tecnológico un empuje fenomenal al tiempo que sirve para guiar las líneas de desarrollo económico buscadas. Además, el control de los grandes operadores de telecomunicaciones le da al Estado una fuerte influencia para definir hacia dónde ir y a qué velocidad.

En definitiva, se trata de una sociedad disciplinada y alineada, con un funcionamiento muy distinto al de las sociedades occidentales. Esto, combinado con la tensión geopolítica con occidente (y principalmente los EEUU), hacen que el ecosistema digital chino evolucione hacia un modelo diferente y diferenciado. Por lo tanto, los criterios y usos prioritarios en un lado pueden no serlo en el otro. No obstante, los desarrollos con base en telecomunicaciones que se dan en China funcionan como laboratorio del que otros países pueden aprender para acelerar sus propios avances, aunque siempre con su enfoque local.